domingo, 23 de enero de 2011

Jack, y el enigma

            La ciudad costera amaneció abrazadora con el sol de enero que la engalanaba. Al salir los tres del hotel se encaminaron hacia la camioneta que los devolvería, horas después, a la ciudad serrana de la que eran oriundos. Aquella, que guardaba el bien inestimable de su hogar, al que habían abandonado apenas veinte horas antes. Las vacaciones extensas tardarían en llegar aún. El comercio que poseían esperaría un mes más para cerrar por vacaciones. Ese fin de semana, la escapada a la costa, se había presentado como una bocanada de vida que los alejaba de la cotidianeidad.
           Ambas ciudades estaban cercanas, a unos ciento sesenta kilómetros, por lo que tardarían pocas horas en llegar a destino. Por qué no dar una vuelta y, tal vez, tomar un café. Ella sentía una atracción sugestiva cuando pasaban junto a un bar, donde el aroma, nacido en el archipiélago Malayo, llegaba hasta los paseantes. Él también sintió la tentación de retrasar un poco el regreso. Sólo Jack quedó en la camioneta.
          El día anterior, los tres disfrutaron de la playa, caminando junto al mar. Como siempre, Jack lo había hecho corriendo, jugando y tocando apenas el agua, donde el mar culminaba sus olas.
          Al salir del bar, notaron su ausencia. En primera instancia, pensaron que estaría por los alrededores, y lo buscaron temerosos de que pudiera perderse, en un lugar que le era desconocido. Al no encontrarlo, comenzó la desesperación. Tardarían mucho más de lo imaginado en regresar a casa...¿dónde buscarlo? Pensaron rapidamente en ir a la estación de radio local y pedir que transmitieran su extravío.
         Era evidente que deberían quedarse. Las novedades no llegaban y ellos incansablemente rastreaban la ciudad. Al anochecer regresaron al hotel, no sin antes pasar por la estación de radio y de policía, en busca de las buenas noticias que no había.
         Al otro día, consideraron que debían emprender la marcha. Cavilando durante la noche, llegaron a la conclusión de que, estando en su ciudad, encontrarían otros medios de ayuda. Tal vez por internet, medios de comunicación que los pusieran en contacto con los de la ciudad costera... algo que los acercara a Jack.
         La primera noche en casa fue abrumadora y angustiante, sólo lágrimas y desasosiego.
         Al día siguiente, mientras ella aguardaba novedades, y él continuaba su búsqueda, pidiendo ayuda a sus amigos y a cuantos pudieran brindársela, de pronto le pareció que alguien golpeaba la puerta del negocio. Esta tenía la parte superior vidriada, nadie se veía detrás, hasta que se acercó ante los ruidos insistentes y la abrió. Cual no sería su sorpresa cuando al hacerlo descubrió, mirando hacia abajo, al pequeño Jack saltando y moviendo la cola con gran excitación. Fue sólo levantarlo y unirse en un abrazo inacabable, y las lágrimas de ella confundiéndose con sus ladridos. ¡Qué ironía, el pequeño Jack, cuyo nombre recuerda al de un enorme búfalo, había hecho honor al mismo! Sólo habían transcurrido dieciséis horas y un milagro. La respuesta, sobre qué pasó, sólo la tiene el pequeño búfalo.   

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