sábado, 16 de abril de 2011

La meta de un deseo (última parte)

Este es el encuentro prometido. Trataré en pocas palabras de decirles cómo ese día, marcó, sin lugar a dudas, mi vida.
El volver a estar allí, en la Sociedad de Fomento, en la que inclusive fue sacada la foto que ilustra la tapa del libro; ver esos rostros, que como el mío, cambiaron a través del tiempo pero que, en ese instante, participaron junto a mí del sortilegio de retroceder a otra época compartida, a esos momentos en que eramos más jóvenes o más chicos, y el barrio era un vivir diario de amistad, cariño y solidaridad. No pudo ni fue en vano. Sé que en todos nosotros quedará el recuerdo y el agradecimiento de que la vida haya podido brindarnos esa oportunidad de la añoranza, la nostalgia y la inmensa alegría de volver a estar juntos.
Allí me estaban esperando luego de veintinueve años de ausencia.  Desde el "Bienvenida Mimí", sobrenombre con el que me conocieron y que escuchaba a cada rato de sus labios, hasta las lágrimas y las anécdotas compartidas. Pero, como les dije en mi charla ese día, algunos ya no estaban, entre ellos mis padres, y sobre todo mi papá que nació en ese rinconcito de Avellaneda y nunca logró desprenderse de él, aunque siguiera, junto a mamá, mi camino hacia Tandil. Porque de algo estoy segura, ninguno faltó ese día a la cita y mi viejo, menos que nadie. Por eso, sólo me queda dar las gracias, palabra tan chiquita y tan usada, por momentos casi al azar, que, a veces, se nos escapa cuanto encierra.
Todos hicieron realidad el gran deseo. Y espero, de corazón, haber podido cubrir las espectativas, que ellos seguramente, también pusieron en ese volver a estar juntos. ¡Gracias!
Era tanta la emoción y me sentía rodeada de tanto cariño, que  hubiera querido poder hablar más con cada uno de los que se me acercaron. Me sentía embriagada de amor... y también de flash de fotos, de ese ramo de flores tan hermoso que venía acompañado de una tarjeta con frases tan lindas, y no sé si merecidas, y detrás de todo, la mano de Adelita, la presidenta de la Comisión de Jubilados, que con verdadero amor cuidó cada detalle. De Carmen con ese mantel de encaje, que aún no había estrenado, pero que me otorgaba el privilegio de hacerlo; de Gustavito y su esposa Graciela, sí para mí siempre será Gustavito, mi alumno querido y uno más de los integrantes de mi familia, pero también estaba la familia sanguínea, la tía Elida, Oscar, Eli, Flavi, tantos... Hasta una anécdota muy graciosa que se desarrollaba a mi derecha donde tres señoras discutían quien me había conocido de más chiquita, y en seguida intervine dirimiendo el entredicho. Y de pronto, mi profesora de dactilografía, diciéndome: "acá está tu profesora". ¿Se pueden transferir los sentimientos vividos? No. Por eso me detengo y cerrando los ojos recuerdo para disfrutar.

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