"Eran cinco hermanos..." Sólo hasta allí el tango se asemeja a sus historias.
Cinco hermanos españoles, dos mujeres y tres varones, asturianos, que llegaron a principios del siglo XX, con la esperanza de hacer "l' América". Cuatro de ellos murieron en la nueva tierra dejando descendencia. Pero uno, volvió a España.
José Ramón había llegado con esposa e hijos. Gracias a la ayuda de un cuñado, hermano de su mujer, que había logrado hacerse de una buena posición económica: tenía un restaurant y varios repartos de leche. Uno de los cuales le dio a José Ramón, para que alimentara a su familia y pudiera, de a poco, devolvérle el costo de los pasajes en barco que había salido de su bolsillo. Pero, José Ramón tenía algo que no le gustaba y algo que sí. Sólo que ambos en la misma magnitud: amaba no trabajar tanto como tocar la gaita.
Visitaba a sus hermanos y en un abrir y cerrar de ojos ya había iniciado una juerga. Al compás del rítmo de la gaita, hasta los vecinos del lugar se unían, y entre bailes, canciones y vinos las horas pasaban... Excusa ideal para José Ramón que, al día siguiente no haría el reparte de leche.
Así ahorró muy poco dinero, no pagó su deuda y antes de que su cuñado lo enviara a España, sin necesidad de barco, sólo con un buen punta pié en sus posaderas, José Ramón partió de regreso a su tierra con su mujer e hijos.
No se despidió de nadie: le debía a cada santo una vela.
Contó luego un marinero, paisano de la familia que quedó aquí que, en la tercera del barco, todos lo adoraban. Claro, era el alma mater de las fiestas con su gaita. Sólo su mujer sufría en silencio por el sueño roto, porque sus hijos, pequeños, bailaban al sonido de ese instrumento con el que su papá alegraba a todos.
Cinco hermanos españoles, dos mujeres y tres varones, asturianos, que llegaron a principios del siglo XX, con la esperanza de hacer "l' América". Cuatro de ellos murieron en la nueva tierra dejando descendencia. Pero uno, volvió a España.
José Ramón había llegado con esposa e hijos. Gracias a la ayuda de un cuñado, hermano de su mujer, que había logrado hacerse de una buena posición económica: tenía un restaurant y varios repartos de leche. Uno de los cuales le dio a José Ramón, para que alimentara a su familia y pudiera, de a poco, devolvérle el costo de los pasajes en barco que había salido de su bolsillo. Pero, José Ramón tenía algo que no le gustaba y algo que sí. Sólo que ambos en la misma magnitud: amaba no trabajar tanto como tocar la gaita.
Visitaba a sus hermanos y en un abrir y cerrar de ojos ya había iniciado una juerga. Al compás del rítmo de la gaita, hasta los vecinos del lugar se unían, y entre bailes, canciones y vinos las horas pasaban... Excusa ideal para José Ramón que, al día siguiente no haría el reparte de leche.
Así ahorró muy poco dinero, no pagó su deuda y antes de que su cuñado lo enviara a España, sin necesidad de barco, sólo con un buen punta pié en sus posaderas, José Ramón partió de regreso a su tierra con su mujer e hijos.
No se despidió de nadie: le debía a cada santo una vela.
Contó luego un marinero, paisano de la familia que quedó aquí que, en la tercera del barco, todos lo adoraban. Claro, era el alma mater de las fiestas con su gaita. Sólo su mujer sufría en silencio por el sueño roto, porque sus hijos, pequeños, bailaban al sonido de ese instrumento con el que su papá alegraba a todos.
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