Mediados del Siglo XIX. Una Buenos Aires lejana a la gran metrópoli. Calles angostas, casas coloniales y veredas pequeñas. Dentro de las casas, un vivir cotidiano de familiares pudientes. En uno de esos barrios, dos hogares. Nos ubicaremos en una cuadra y una misma vereda. Dos familias en especial. Y de manera más concreta dos mujeres. Comparten un hombre en común. Una la esposa, otra la amante. Cada una de ellas sabe lo que significa el hombre compartido en sus vidas. ¿Sería el trato entre ellas diferentes al que podría darse hoy, ante una situación similar? No.
Cada una espía al hombre cada vez que sale. La esposa sabe que el trayecto que recorrerá será corto. Su amante vive casa por medio. Y ésta aguarda segura de que él vendrá.
Un día ambas salen de sus casas a la vez y en sentidos opuestos. El encuentro, inevitable.
-Buenos días, señora Benita.
-¿Cómo se atreve a saludarme, Aurelia?
-...¿Por qué me dice eso?
-Usted lo sabe muy bien. O esto se detiene o sobrevendrá el escándalo. Claro que usted está acostumbrada a eso...
-No sé de que me habla. Déjeme pasar.
-No, no pasará por mi vereda. Demasiado pasa por mi vida. Se aleja de él o gritaré a los cuatro vientos que usted, es la amante de mi marido.
-No se atreverá.
-Sí que me atreveré. Soy una señora digna. Nadie me criticará, pero a usted... Todos saben que su marido la encontró, a poco de casarse, con su secretario. ¿Quién saldrá perdiendo?
Aurelia se siente observada desde casas vecinas. No contesta, da media vuelta y se encamina furiosa a su casa. Benita, ingresa a la suya indignada y con andar seguro de señora ofendida.
Dadas las circunstancias históricas bien pudo darse este diálogo.
La esposa Benita M. Pastoriza. La amante Aurelia Vélez. El hombre en común, Domingo Faustino Sarmiento.
También los hombres de nuestra historia tuvieron sus lados oscursos.
Cada una espía al hombre cada vez que sale. La esposa sabe que el trayecto que recorrerá será corto. Su amante vive casa por medio. Y ésta aguarda segura de que él vendrá.
Un día ambas salen de sus casas a la vez y en sentidos opuestos. El encuentro, inevitable.
-Buenos días, señora Benita.
-¿Cómo se atreve a saludarme, Aurelia?
-...¿Por qué me dice eso?
-Usted lo sabe muy bien. O esto se detiene o sobrevendrá el escándalo. Claro que usted está acostumbrada a eso...
-No sé de que me habla. Déjeme pasar.
-No, no pasará por mi vereda. Demasiado pasa por mi vida. Se aleja de él o gritaré a los cuatro vientos que usted, es la amante de mi marido.
-No se atreverá.
-Sí que me atreveré. Soy una señora digna. Nadie me criticará, pero a usted... Todos saben que su marido la encontró, a poco de casarse, con su secretario. ¿Quién saldrá perdiendo?
Aurelia se siente observada desde casas vecinas. No contesta, da media vuelta y se encamina furiosa a su casa. Benita, ingresa a la suya indignada y con andar seguro de señora ofendida.
Dadas las circunstancias históricas bien pudo darse este diálogo.
La esposa Benita M. Pastoriza. La amante Aurelia Vélez. El hombre en común, Domingo Faustino Sarmiento.
También los hombres de nuestra historia tuvieron sus lados oscursos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario