La calle del Empedrado y una casa en particular ¿Por qué resalta de las demás? Su dueña, nada más y nada menos, que Doña Marica. La cual ha cumplido, hace sólo una semana, setenta años de edad. Su historia personal va de la mano con la historia de la ciudad y hasta repercute, en ciertos aspectos, en el resto del país.
En su juventud, en su famoso salón de tertulias ha desfilado lo más distinguido de Buenos Aires y, no en pocas ocasiones, desde allí salieron importantes decisiones políticas.
-Pase por aquí, Federico.
-Si nos viera Doña Marica pondría el grito en el cielo.
-Sí, mamá sólo permite que se entre en el salón a limpiar de vez en cuando.
En el patio de la casa Doña Marica camina apoyada en su bastón y acompañada de su nieta.
-Traé un sillón de mimbre y ponélo junto a la puerta del salón. Después podés irte.
-Pero, abuelita...
-Traélo y dejáme sola.
En el interior del salón continúa el diálogo.
-¿Usted está segura? Mire que no sé si podré agarrarla bien.
-Por supuesto y ¡apriete hombre! Tenemos que apurarnos antes de que nos vea alguien.
-¿Por qué no me deja estar a mí arriba?
-No. Confíe en mí y todo saldrá mejor. ¿Crée que es la primera vez que lo hago? Ya lo hice con mi marido antes.
-¡Quién lo hubiera dicho! Bueno, mejor que no hablemos y actuemos.
-Eso digo yo, menos palabras y más acción.
-De verdad, esto es algo para hacer entre dos y con rítmo. Nos ponemos de acuerdo y acabamos juntos. Espere que yo esté arriba y verá como todo sale bien.
-¡Y este salón que tiene tan poca luz!
-Mejor. Para lo que hacemos es ideal ¿Ve que en esta posición es mejor?
-¡Tenga cuidado dónde pone la mano!
La puerta se abrió de golpe e interrumpió los murmullos.
-Ya sabía yo que no eran las sirvientas. Era otra "limpieza".
-¡Pero mamá! Sólo queremos bajar el cuadro para ayudar a la servidumbre en su tarea.
-¡Qué cuadro ni ocho cuartos! ¡Bájense los dos de esos sillones! ¿Me vas a negar que lo querías para venderlo? Ya me avisó Marcos, el boticario, que han llevado muchas cosas para la venta. Y ahora también algo que pertenece al salón...¡Ni mi hija es digna de confianza!, y ni hablar de mi yerno.
-Como verá su yerno no está acá. El que me ayuda es un amigo suyo.
-Sí, ya lo veo. Porque tu marido está en tratativas con Marcos, que me ha mandado a avisar por su empleado, tal como habíamos acordado. Dejen ese cuadro ahí y salgan.
Ambos obedecen y abandonan el salón. Doña Marica se recuesta en un sillón y cierra los ojos. Está tan cansada...
En su juventud, en su famoso salón de tertulias ha desfilado lo más distinguido de Buenos Aires y, no en pocas ocasiones, desde allí salieron importantes decisiones políticas.
-Pase por aquí, Federico.
-Si nos viera Doña Marica pondría el grito en el cielo.
-Sí, mamá sólo permite que se entre en el salón a limpiar de vez en cuando.
En el patio de la casa Doña Marica camina apoyada en su bastón y acompañada de su nieta.
-Traé un sillón de mimbre y ponélo junto a la puerta del salón. Después podés irte.
-Pero, abuelita...
-Traélo y dejáme sola.
En el interior del salón continúa el diálogo.
-¿Usted está segura? Mire que no sé si podré agarrarla bien.
-Por supuesto y ¡apriete hombre! Tenemos que apurarnos antes de que nos vea alguien.
-¿Por qué no me deja estar a mí arriba?
-No. Confíe en mí y todo saldrá mejor. ¿Crée que es la primera vez que lo hago? Ya lo hice con mi marido antes.
-¡Quién lo hubiera dicho! Bueno, mejor que no hablemos y actuemos.
-Eso digo yo, menos palabras y más acción.
-De verdad, esto es algo para hacer entre dos y con rítmo. Nos ponemos de acuerdo y acabamos juntos. Espere que yo esté arriba y verá como todo sale bien.
-¡Y este salón que tiene tan poca luz!
-Mejor. Para lo que hacemos es ideal ¿Ve que en esta posición es mejor?
-¡Tenga cuidado dónde pone la mano!
La puerta se abrió de golpe e interrumpió los murmullos.
-Ya sabía yo que no eran las sirvientas. Era otra "limpieza".
-¡Pero mamá! Sólo queremos bajar el cuadro para ayudar a la servidumbre en su tarea.
-¡Qué cuadro ni ocho cuartos! ¡Bájense los dos de esos sillones! ¿Me vas a negar que lo querías para venderlo? Ya me avisó Marcos, el boticario, que han llevado muchas cosas para la venta. Y ahora también algo que pertenece al salón...¡Ni mi hija es digna de confianza!, y ni hablar de mi yerno.
-Como verá su yerno no está acá. El que me ayuda es un amigo suyo.
-Sí, ya lo veo. Porque tu marido está en tratativas con Marcos, que me ha mandado a avisar por su empleado, tal como habíamos acordado. Dejen ese cuadro ahí y salgan.
Ambos obedecen y abandonan el salón. Doña Marica se recuesta en un sillón y cierra los ojos. Está tan cansada...
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