sábado, 18 de junio de 2011

Un confuso apodo

   (...)Los adultos solemos apodar a los demás con una facilidad casi malsana, que sólo advertimos cuando el mote nos es dado a nosotros.
   En diagonal a la casa de mi abuelo vivían tres hombres, vistos de mi edad de cuatro años, hoy diría tres muchachos, ya que ninguno superaba los treinta años.  Pues bien, estos tres hombres, tenían como oficio la costura, y la ejercían para una conocida casa de modas de Buenos Aires. Tanto la tarea, como sus modos y el tono de sus voces, les habían valido el sobrenombre de "mariquitas".
   (...) Mi familia no era la excepción, y como estaba la casa de los Spina, de los Buceta y de los Bonavita, también era común mencionar la casa de los mariquitas.
   De manera que en su momento no logré enter por qué, aquella tarde mamá se sintió avergonzada, y me abondonó a mi suerte. Me había enviado a hacer un mandado al almacén, justo al lado de la casa de los costureros, mientras ella, siempre expectante, me observaba desde la puerta de casa.
   Como había llovido, toda cuidadosa, eludía graciosamente los charcos de agua dejados por la lluvia, para evitar ensuciar mi coquetería de niña recién cambiada; claro que al tener que cruzar por la puerta de la casa mencionada, se abrió ante mi un lodazal, que me colocó en un gran aprieto, por lo que dándome vuelta le grité a mamá: "¿Qué hago?, en la puerta de los mariquitas hay mucho barro y no puedo cruzar". No entendí bien qué pasaba, sólo recuerdo que, con amabilidad, uno de los mariquitas me levantó en brazos, y al darme vuelta, para ver a mamá antes de entrar al almacén, vi que ella  ya no estaba.
   Al cumplir quince años, nos mudamos a nuestra casa propia. Nos fuimos a vivir a la casa de la esquina...justamente la de los mariquitas.

                                                                                           Fragmentos de un relato del libro El pueblito

No hay comentarios:

Publicar un comentario