domingo, 24 de marzo de 2013

El último caminante de Playa Morena


  Caminaba todas las tardes a orillas de río. Sentía un placer inexplicable al ver el agua lamer la estrecha playa.
  Para llegar a ella se debían atravesar numerosas rocas incómodas, punzantes y peligrosas para el caminante que no conociera el lugar.
  Era invierno, época del año que acrecentaba la soledad natural del espacio. Él disfrutaba de ese momento. Nadie se animaba ni a las rocas, ni al arreciar del viento, ni tal vez a su presencia.
  En un pueblo de poco más de mil habitantes no había secretos. Dicen que por las tardes una sombra recorre Playa Morena. Esos comentarios, a través de los años, se habían convertido casi en una leyenda.
  Después de la muerte de su madre la única salida de la casa que se permitía era ir a esa playa. Casa ubicada en las afueras del pueblo, sobre una loma, alejada del camino principal.
  Un día ocurrió lo inesperado: autoridades fiscales vinieron a recorrerla y a colocarle un cartel de venta.
  Cuando los vio entrar supo que no podría esconderse. Casi encegueció ante la fuerte luz que ingresó por la puerta por donde entraban los extraños. Sus ojos sólo sabían de penumbras y atardeceres. Sentado en un sillón de la sala se acurrucó, bajó la cabeza y permaneció en silencio. Sólo había que esperar a que le hablaran. Aguardó en vano por un rato a que esas personas que pasaban a su alrededor lo tuvieran en cuenta.
  Al fin lo comprendió. Levántandose con lentitud comenzó a caminar. Pasó al lado de los intrusos y con paso lento se encaminó a la intensa luz que ingresaba por la puerta principal.

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