Desde la antigüedad la mujer siempre gustó de los cosméticos para embellecerse. En Grecia, hace más de dos mil años, una tez pálida era considerada más atractiva que una rosada y para lograrla usaban el albayalde mezclado con cera, grasa, aceite o clara de huevo para lograr ese efecto. Este maquellaje les daba una piel vistosa. También lo hicieron el emperador romano Nerón y Popea, su segunda esposa. Y podríamos dar muchos ejemplos más: las hetarias griegas usaban el albayalde mezclado con miel como mascarilla para el rostro. La usaban durante toda la noche. Al levantarse al día siguiente se lavaban con agua fría y se aplicaban a continuación la misma mezcla pero más diluida confiriendo a su cutis un tono blanquecino.
Las gehiyas japonesas también utilizaban el albayalde: hacía un hermoso contraste con sus dientes ennegrecidos con bugallas y vinagre: había que seguir la moda.
A esta altura del relato los lectores se preguntarán qué es el albayalde: carbonato de plomo. Este maquillaje les daba una palidez vistosa pero a la larga envenenaba a quien lo usara. Les causaba dolores de cabeza, mareos, malestares digestivos, renales, parálisis de las extemidades, ceguera y en ocasiones llevaba a la muerte.
Maggie Angelouglou, ama de casa de San Luis, Missouri, se convirtió en un famoso caso cuando en 1870 salió a la venta el maquillaje "Flor de juventud" de una firma de cosméticos. Ella se compró varias botellas aplicándoselas en forma afanosa y en 1877 murió por envenenamiento de plomo.
La exposición al plomo hacía parecer a las mujeres espíritus etéreos, casi ángeles. Ya cuando la verdad salía a la luz lo más probable es que fuera demasiado tarde.
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