martes, 26 de agosto de 2014

Una belleza muy cara



     Desde la antigüedad la mujer siempre gustó de los cosméticos para embellecerse. En Grecia, hace más de dos mil años, una tez pálida era considerada más atractiva que una rosada y para lograrla usaban el albayalde mezclado con cera, grasa, aceite o clara de huevo para lograr ese efecto. Este maquellaje les daba una piel vistosa. También lo hicieron el emperador romano Nerón y Popea, su segunda esposa. Y podríamos dar muchos ejemplos más: las hetarias griegas usaban el albayalde mezclado con miel como mascarilla para el rostro. La usaban durante toda la noche. Al levantarse al día siguiente se lavaban con agua fría y se aplicaban a continuación la misma mezcla pero más diluida confiriendo a su cutis un tono blanquecino.
   Las gehiyas japonesas también utilizaban el albayalde: hacía un hermoso contraste con sus dientes ennegrecidos con bugallas y vinagre: había que seguir la moda.
   A esta altura del relato los lectores se preguntarán qué es el albayalde: carbonato de plomo. Este maquillaje les daba una palidez vistosa pero a la larga envenenaba a quien lo usara. Les causaba dolores de cabeza, mareos, malestares digestivos, renales, parálisis de las extemidades, ceguera y en ocasiones llevaba a la muerte.
    Maggie Angelouglou, ama de casa de San Luis, Missouri, se convirtió en un famoso caso cuando en 1870 salió a la venta el maquillaje "Flor de juventud" de una firma de cosméticos. Ella se compró varias botellas aplicándoselas en forma afanosa y en 1877 murió por envenenamiento de plomo.
  La exposición al plomo hacía parecer a las mujeres espíritus etéreos, casi ángeles. Ya cuando la verdad salía a la luz lo más probable es que fuera demasiado tarde.

 

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