Mi madre fue una recolectora de la memoria familiar. En una caja, ubicada entre otras en el ropero de su habitación, se acumularon fotos que fui viendo a lo largo de mi vida. Ellas veían la luz, siempre de las manos de mamá, en algúan día en que el ropero ínvitaba a que lo ordenaran; en alguna visita familiar, que atraída por las anécdotas de mi madre deseaba ver algunas o simplemente porque yo le pedía que me las mostratra en algúan día de lluvia. Esos días en los que, sin razón aparente, nos invade la nostalgia y deseamos estar más serca de los seres queridos. Y siempre sentí que esas fotos, la mayoría en blanco y negro, ponían en la mirada de mi madre unos ojos que se trasladaban en el tiempo, y cada una de ellas me hacía conocerla más.
Por momentos casi ni veía la foto, sólo me detenía en su rostro, porque además, tenía la certeza de que, pronto, surgiría un relato de esa imagen al azar que tomaba de la caja. Y ese día no fue la excepción. Mirá, me dijo posando sus ojos en los míos. Esta es tía Isaura, hermana de tu abuela. Recién me doy cuenta de que es la única foto que hay de ella. Murió de tristeza.
No podía entender de que me hablaba, cómo alguien puede morir de tristeza, ¿es una enfermedad? Sí, me respondió ella, y muy severa. La fue apagando, casi arrastrando, hasta que un buen día se desvinculó del mundo que la rodeaba y se secó por dentro, como una uva seca.
Así supe que tía Isaura había tenido una hija con el marido de una de sus hermanas. Pero, ¿qué pasó?, ¿la violó?, ¿ella lo quería? Nadie supo nunca nada. Cuando ya se dieron cuenta de que estaba embarazada, también notaron de que Isaura hacía meses que no salía de la casa, y que sólo abandonaba la habitación para ir al baño. Otra de sus hermanas le llevaba comida desde hacía meses. Comida que sólo aceptó durante el tiempo que duró el embarazo. Lo hizo desde el día en que Isaura decidió no abandonar el dormitorio nunca más. A nadie le pareció extraño, también un tío abuelo lo había hecho diez años antes de morir. Tal vez Isaura sufriera de la misma enfermedad. Pero un buen día se oýo el llanto de un bebé. La niña había nacido.
La abuela de mi madre preguntó y preguntó. Isaura sólo respondió con el silencio. La hermana que la asistía dijo desconocer qué había sucedido. Todo fue silencio. La niña no recibió ni la mínima atención de su madre y pronto fue sacada del encierro de la habitación. A partir de allí comenzó el aislamiento absoluto de Isaura. Mi bisabuela recibió y crió a la niña como a una hija, no hubo el menor comentario, como si todo fuera natural.
Una mañana, luego de que todos desayunaron, Isaura llamó a la esposo del padre de su hija. Apenas con un hilo de voz, le dijo quien era el padre de la bebé y que, ella, no le guardaba rencor. Minutos después moría. A mi madre la historia le llegó a retazos y con muchos baches. Pero algo le quedó claro: en esa casa, de eso, no se habló nunca.
Las fotografías. Es imposible que detrás de ellas no halla una historia. La foto de tía Isaura sigue en mi poder: una nena mirando una muñeca, pero no hay en ella ni un sólo dejo de sonrisa.
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