sábado, 17 de septiembre de 2011

Escaleras no, nos subimos a la mesa

¿Cómo llegó el expediente a mis manos? El primer lugar: el archivo general. Allí, como en todas las dependencias del Ministerio de Educación, nos mandaban a regresar a la semana. Luego de, por poco, suplicar, arguyendo que éramos del interior, un empleado nos susurró por lo bajo:"vayan al archivo intermedio" y nos pasó un pequeño papel con la dirección.
El lugar se presentaba con una cortina tipo carnicería, detrás de cuyo vidrio se veía una simple mesa, con implementos de mate y una desvensijada silla. Timbre no existía, por lo cual introduje mi mano por los rombos de la cortina y golpeé al vidrio. Nada. Entonces golpeé mis manos, de manera tan estruendosa, que a la primera que asusté fue a mi acompañante pero, dio el resultado esperado. Por una abertura en un costado que daba al salón a manera de puerta, apareció una pequeña señora de guardapolvo, luciéndo un cuello ortopédico, dando la sensación de que éste tragaría su cabeza. No se sabía si ella llevaba un cuello o éste la empujaba a ella.
Con vos elevada, dada la muralla del vidrio, tratámos de entendernos:"¿qué necesita?, me preguntó, "vengo por un expediente". Cuando me interrogó:"¿la manda la jefa", "sí", respondí con total seguridad, a sabiendas de que mentía. Nos hizo señas de que nos dirigiéramos al portón del costado.
Fue al abrir éste, que el horror nos invadió. Nos encontrábamos frente a un galpón enorme, donde se apilaban montículos de expedientes por el suelo y en algunas estanterías metálicas. Miles y miles de expedientes, en una verdadera situación kafkiana. Al ir avanzando sentí que algo me oprimía el pecho y que en cualquier momento quedaríamos sepultadas. Que el sólo respirar pondría en peligro nuestras vidas.
Sólo un joven muchacho acompañaba a la empleada, la que nos explicó que ese era el lugar donde debían movilizarse a diario. El muchacho estaba ese día porque su única compañera, el día anterior, se había caído y estaba con problemas de columna.
Le expliqué cuál era el expediente que buscábamos, mientras ingresábamos en un mísero cuartucho. Se sentó frente a una mesa y abrió un enorme libro tratando de encontrar el número de expediente. Descubrió que por algún error el expediente estaba dividido en dos: "si ustedes no hubiesen venido, jamás se habrían unificado y olvidese de cobrar..."
Volvimos a salir con ella y el joven al inquietante galpón. Guiándose casi por instinto, le señaló al joven una estantería donde podrían estar los expedientes. "Perdón, ¿no tienen una escalera?", dije mientras veía que éste acercaba una mesa para alcanzar lo buscado, "escaleras, no, nos subimos a la mesa y si no alcanza, ponemos una silla. Por eso se cayó mi compañera y yo llegué al cuello ortopédico". ¿Reímos o lloramos ante semejante barbaridad? Porque cada uno de esos expedientes es un ser humano con su problemática. Muchos de los cuales viven en remotas zonas de la provincia y quizás nunca puedan llegar a La Plata a solucionar su problema.
Por suerte, luego de un rato, se encontraron los expedientes. Los abracé con fuerza sobre mi pecho y huímos del lugar. No sin antes sentir, al despedirnos, una gran pena por esos empleados, cuyos rostros amarillentos, maltratados y olvidados, como los expedientes de los cuales ya parecían formar parte, nos miraban alejarnos.
Próximo y última entrega de la historia: "Grite Tandil"

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